La receta de la familia

Había una vez una bella acuariana llamada Didi. Bueno, en realidad ese era el sobrenombre que, a modo de jodita, le había puesto su hermana menor y era el resultado de la suma de la primera letra, de las palabras Dark y Dolly, básicamente porque era considerada la oveja negra de la familia.

Ya se aproximaba la hora de la cena y Didi se disponía a preparar la antigua receta familiar de salchichas a la sartén con chucrut.

Las indicaciones para el logro de las salchichas de la abuela Berta, debían seguirse al pie de la letra, más que una receta, se la consideraba un legado familiar. Y para que el legado de la abuela se perpetúe de generación en generación, absolutamente todo debía hacerse, siempre, de la misma manera.

Y, si bien, ella era una millennials de pies a cabeza, y se había encargado de romper cada una de las estructuras que el sistema familiar quiso imponerle, la receta de las salchichas con chucrut, parecía ser lo único que no se había permitido cuestionar de su árbol genealógico.

¡Ni siquiera ella se habría animado a tanto!

Didi era amante de la astrología y durante la tarde, había leído en “Almas en Evolución”, su página de Instagram favorita, que justo ese día se perfeccionaba la conjunción de Mercurio y Urano.

Mientras preparaba todos los ingredientes y utensilios necesarios para empezar a cocinar, se preguntaba qué significaba esta conjunción en su vida. Mercurio era el planeta del pensamiento y Urano el de la revolución. Y mientras lanzaba ideas al aire, iba diciendo en voz alta:

– Mensajes inesperados…

– ¿Me llamará mi ex?…

– Ideas revolucionarias….

– Planes innovadores…

– ¿Por qué carajo estoy cortando las salchichas?

En ese mismo instante, cual rayo uraniano, se dio cuenta de que la receta constaba en una base de chucrut, fermentado el tiempo justo, ni un día menos ni un día más, con la cantidad exacta de los condimentos seleccionados, que formaba un colchón, con un increíble aroma especiado, sobre el cual se apoyaban las salchichas, a las cuales se les debía cortar previamente la punta.

Y Didi volvió a repetir como desafiándose a sí misma:

– ¿Por qué las estoy cortando? ¿En qué cambia?

– Las salchichas alemanas están carísimas, estoy tirando la plata. Necesito que alguien me explique por qué toda la familia le corta la punta a las malditas salchichas.

Y haciendo honor a su sobrenombre, una vez terminada la cena (porque tiene Luna en Tauro y no hay nada más importante que comer cuando el hambre se impone) y siendo casi las doce de la noche, decide llamar a su mamá.

Ella sabía que se trataba de una duda trascendental que debía resolver o no la dejaría pegar un ojo en toda la noche. Así que, agarró el teléfono y se preparó para escuchar el grito de su madre del otro lado.

Si tenía en cuenta lo poco que la llamaba y la hora que marcaba el reloj, era seguro que la iba a hacer asustar. Pero bueno, eso no era lo más importante en este momento.

Marcó, el teléfono empezó a hacer el ruido característico, dos, tres, cuatro veces, hasta que se escucha:

– ¿Qué pasó? ¿Dónde estás? ¿Te internaron? ¿Dónde? – Dijo la madre totalmente desenfocada y medio dormida.

– ¡Hola ma! No, tranquila, por acá todo bien. Solo quería hacerte una pregunta – Respondió rápida y serenamente, como para bajar la extra dosis de ansiedad que manifestaba la pobre mujer, que había logrado conciliar el sueño hacía apenas unos minutos.

– Vos y tus preguntas. Dijo incómoda, de antemano. ¿No podías esperar hasta mañana?

– La verdad es que no iba a poder dormir. Dijo a modo de disculpa.

– Bueno, pregunta.

- Ma… ¿Por qué cortas las salchichas para hacer la receta de la abuela?

– ¿Me estás jodiendo? – Dijo la madre con enojo evidente – ¿Para eso llamaste?

– ¡Si! ¿Sabes por qué?

– No, ni idea. Debe ser para que tome más sabor el plato, pero la verdad es que nunca me lo pregunté. Habría que consultarle a la abuela. “PERO MAÑANA”. Ya andate a dormir.

– Bueno, dale, buenas noches. Mañana veo – Dijo Didi entre frustrada y enojada.

No podía entender esa manera de ser de su mamá. ¿Nunca se preguntaba nada? ¿No tenía dudas acerca de la vida? Parecía vivir en piloto automático, siempre buscando quedar bien con dios y con el diablo. Todo con tal de evitar que alguien vaya a pensar que está haciendo algo incorrecto.

Al otro día, muy temprano, mientras se preparaba el mate y agarraba el pudin de Chía con frutos rojos, que había dejado en la heladera la noche anterior, se decide a llamar a su abuela Berta.

-Hola omita ¿Cómo estás? – le dijo Didi muy dulcemente a su abuela preferida.

-Hola hijita ¡Que alegría escucharte! – Respondió Berta del otro lado

– ¡Oma! Viste tu receta de salchichas con chucrut. ¿Por qué las cortas para ponerlas en la sartén? – Dijo como si se tratara de algo que va más allá de una simple receta.

– ¡Ay me mataste! – respondió, mientras intentaba poner en marcha sus neuronas – ¡Será para que se calienten más rápido!

– Pero ¿Cómo? ¿No es tu receta? Si no sabes vos… ¿A quién le pregunto? – Dijo Didi pensando en que su familia estaba peor de lo que ella creía.

– La receta es de mi mamá. La preparaba en el campo, desde que era muy joven. Siempre le recordó a su tierra natal, en Europa. Por eso me encargué de escribir la fórmula exacta, así como ella la hacía, para que el legado siga pasando de hijos a nietos. De generación en generación – Dijo la abuela con la voz entrecortada por la emoción.

– Si te animás a viajar hasta el asilo, se lo podés preguntar vos misma.

– Dale omita, gracias. Ya veo como hago. Beso, te quiero – Dijo Didi

– Beso para vos también. Y a ver cuándo venís, que me tenés olvidada – respondió, aprovechando la oportunidad.

Las cosas se habían complicado más de lo que le gustaría. Su bisabuela vivía en un asilo que casi se caía del mapa de la provincia de Buenos Aires, pero… esa clase de verdades ameritan un viaje hasta el mismísimo infierno, si fuera necesario.

Aceptar el desafío, era toda una apuesta a que el mismísimo Urano estuviera de su lado, porque una vez allá, después de horas de colectivos, pozos, tierra y algún que otro peligro característico de la zona, habría que ver si la Oma María, se acordaba de porqué le cortaba la punta a las salchichas.

Esperó hasta el domingo, su único día libre en la semana. Con mochila, termo, mate y taper en mano se decidió a iniciar la travesía.

Tuvo varias horas para pensar los diferentes motivos que llevaron a su bisabuela a realizar la receta de esa manera.

¿Será por el sabor o el ahorro de leña como suponían su mamá y su abuela?

¿Por qué mi familia repite siempre los mismos patrones y ni siquiera se lo cuestiona?

¿Por qué mi Alma eligió venir a hacer esta parte del trabajo? ¿En qué carajo estaba pensando al momento de diseñar el plan?

¿Será la receta de la tátara abuela y nos vamos a quedar sin saberlo?

Prefirió alejar ese tipo de pensamientos, porque le generaban ansiedad y no había llevado tanta comida como para poder aplacarlos. Se puso los auriculares, buscó la meditación del punto cero, cerró los ojos y se entregó a su destino.

Cuatro horas después, estaba en la puerta del asilo, pidiendo ver a María, la abuela más longeva y toda una institución en ese lugar.

La esperó unos minutos sentada en un amplio y rasgado sillón, hasta que los acompañantes la traían a paso de tortuga, en su silla de ruedas.

Era toda una señal de los dioses si esa mujer que no veía desde hacía años, lograba reconocerla.

La dejaron cerca de Didi, en medio de un salón enorme.

La imagen de su Oma María del presente se superponía con los recuerdos de su niñez. Casi no quedaban rastros de quien había sido una de las mujeres más fuertes y poderosas de la familia.

Didi se levantó para darle un beso, con cierta decepción.

¿Qué le podía preguntar a una viejita que tenía la mirada perdida, enfocada en un rincón de la pared?

La respuesta era… nada.

¡Había ido hasta ese lugar, para nada!

Se volvió a sentar en el sillón y tomó la mano de su bisabuela por un largo rato. La observaba, ausente.

Se esforzaba por recordar las cosas que habían compartido cuando ella era chica. Intentaba envolverla en luz y en amor, todo lo que su frustración le permitía.

Hasta que llegó el momento de despedirse, la miró con aceptación, sonrío mientras una lágrima se escapó de sus ojos y se dijo a sí misma, en voz alta:

-Yo solo quería saber porque hay que cortarle la punta a las salchichas. Dijo Didi en el medio de un profundo suspiro y entregada a la resignación más absoluta.

Un silencio se apoderó del lugar, se sintió la energía del ángel que pasó entre las dos mujeres y entonces Urano, puso en marcha el milagro.

La abuela pestañeó, la miró y dijo:

– Pero… ¿cómo? ¿Todavía no consiguieron una sartén más grande?

Y entonces Didi se echó a reír.

El momento de resignificar la vieja receta familiar había llegado.

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Ingrid

1 comment so far

Nico Di Lorenzo

Bellísima historia In!
Me encantó. Te mando un beso enorme.

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