En ese instante comprendí que no había venido a responder a las expectativas de nadie, no había venido a encajar, más bien todo lo contrario.
Comprendí que tenía una misión, que mi intuición hablaba fuerte y había llegado el momento de dejar de reprimirla.
Siempre tuve sueños premonitorios, de alguna manera sabía lo que iba a pasar. Pero lo escondía porque mi don me hacía diferente. Y eso, en mi familia no estaba bien visto.
Me tomó 40 años entender que no estaba fallada.
Solo estaba escuchando al afuera, cuando el poder siempre estuvo adentro.
Entendí que era un ser de luz en un vehículo humano, que vine a aprender de las experiencias, a compartir momentos con otros hermosos seres y a evolucionar.
Ya no tengo una casa grande ni un marido trabajador, Ya no vivo como la sociedad indica, ya no soy tan políticamente correcta.
¡Soy libre de SER quien vine a ser y eso me hace inmensamente feliz!
Siempre supe que agradecer era importante, incluso cuando muchas veces, uno deba agradecerle al universo algo que dolió profundamente. Porque si sirvió para despertar, ¡bienvenido sea!
Aprendí que, aún en los peores momentos, aparecen ángeles de carne y hueso, que sin saberlo, te salvan. Su voz, su energía y sus terapias sostuvieron mi mano en los peores momentos.
Fue tan importante la huella que dejaron en mí, que decidí convertirme en uno de ellos. Para eso tuve que soltar todo lo que creía ser y atravesar un profundo proceso de sanación, transformación y preparación.